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El pasado 7 de enero nos despertábamos con la triste noticia del fallecimiento de Christian Konjevic, como era conocido por todo el mundo, aunque su auténtico nombre era Bozidar Konjevic isac.
Este inventor croata se casó con una gallega, Carmen, que conoció en Alemania y se asentó en nuestra ciudad a finales de los 60. Aquí vivió definitivamente hasta su muerte y siempre presumió de ser un “valenciano de adopción”. Valencia le ofreció esa tranquilidad y estabilidad familiar que tanto anhelaba, de hecho sus tres hijos crecieron aquí, donde poder dar rienda suelta a su genialidad creativa. Pero los comienzos para Christian no fueron nada fáciles. Huyó de su Croacia natal por la represión del régimen de Tito. Él se sentía croata, y no quería ser yugoslavo, pero Croacia en aquellos momentos no era independiente y, como se ha podido ver, pasarían décadas hasta que finalmente lo consiguiera. Al morir asesinados su padre y un hermano, temió por su vida y empezó su particular odisea para abandonar la antigua Yugoslavia, escondido durante el día y avanzando durante la fría noche, y luchando constantemente contra el temor de un hipotético encuentro con las autoridades yugoslavas que hubiese significado el fin de sus días. Pese a las adversas circunstancias logró llegar a Austria, consiguió asilo político y luego pasó a Alemania (“los alemanes siempre han sido amigos de los croatas”, recordaba), donde pudo perfeccionar sus estudios e inició su labor investigadora en una compañía electrónica.
Una vez asentado en Valencia presentó un motor eléctrico que, según aseguraba el inventor, no consumía energía. En sus presentaciones demostró que el motor, una vez enchufado, funcionaba perfectamente pero el contador eléctrico intercalado no se movía. ¿El movimiento continuo? En la Politécnica dijeron los profesores que si aquello fuera cierto tendrían que romper sus títulos, pero no acertaron a diagnosticar qué pasaba con aquel aparato. Christian afirmaba al respecto que “el descubrimiento científico se encuentra siempre en la ciencia desconocida, nunca en la conocida, y el investigador es precisamente una persona con capacidad para penetrar en lo desconocido hasta ese momento”. Los profesores le propusieron a Christian abrirlo y que el aparato se quedara allí para realizar más comprobaciones ante lo cual, obviamente, el inventor se negó exigiendo que cualquier tipo de comprobación se realizara bajo su presencia. Los académicos sospechaban que podría haber dentro pilas o condensadores, por lo que el investigador ofreció tenerlo en marcha el tiempo que quisieran, de manera que en caso de tener pilas o condensadores, lógicamente, tarde o temprano éstas acabarían agotándose y así podrían comprobar que, pese a ello, el motor seguía en marcha. Ante estas discrepancias, los profesores no querían permitir que él estuviese delante durante sus comprobaciones, y finalmente se rechazó su proyecto pero todo el mundo tenía claro que algo interesante se escondía en su invento pues el motor giraba pero el contador no se movía…

En posteriores comprobaciones técnicas en talleres y laboratorios privados, quienes testaron su invento señalaron que allí había “algo” que merecía la pena investigarse, ya que aunque los datos que aparecían los mecanismos de control no podían ser posibles, lo que era una certeza absoluta es que el motor se movía.
El caso es que el inventor no pudo encontrar a nadie que estableciera de forma científica qué ocurría con el motor, el cual, en años posteriores, fue perfeccionando, ahora ya con la colaboración de su hijo Christian.
El resultado de todo ello fue la consecución de un nuevo invento El resultado de todo ello fue la consecución de un nuevo invento gracias a más de una década de trabajo titánico de la pareja. Se trata de un dispositivo para coches eléctricos. Christian aseguraba que permitiría grandes ahorros de
consumo de energía y una prolongación extraordinaria de la autonomía de estos vehículos, una cuestión que es actualmente el gran caballo de batalla, pues en estos momentos estos vehículos difícilmente superan los 200 kilómetros de autonomía sin necesidad de enchufarse a la red, lo que frena sus ventas.
Fotografía de Konjevic con sus hijos a principio de los años 70 tomada en Valencia cuando se asentó en el que sería su domicilio definitivo
En su laboratorio tienen un prototipo que están convencidos de que funciona, pero les falta adaptarlo definitivamente a un coche para realizar pruebas concretas en carretera, y para eso necesitan financiación. De conseguirla, no nos cabe ningún género de duda, estaríamos ante uno de los grandes avances técnicos del siglo.
Al margen de estos proyectos desarrollados por Christian y vinculados al sector de la energía, cobran especial relevancia también los relacionados en el ámbito de la salud. Aquejado gravemente de artrosis desde edad muy temprana, fue capaz de desarrollar un dispositivo para tratar sus articulaciones, de manera que pudo recuperar la movilidad perdida por la enfermedad y ganar de este modo calidad de vida. Comprobados en primera persona los efectos de su dispositivo, los aplicó con éxito en muchas otras personas.
A Christian se le empieza a reconocer hoy en día como el gran pionero europeo en los principios físicos dirigidos a estimular los procesos curativos que todas las personas poseen y que denominó Regeneración Celular Estimulativa, de especial interés en las lesiones deportivas y enfermedades músculo-esqueléticas.
Sus trabajos en medicina regenerativa resultaron avalados por estudios clínicos de la Fundación Mapfre Medicina y la Universidad Complutense de Madrid entre otros.
También destacó en sus trabajos inmunológicos siendo el primer investigador mundial que aplicó la hipertermia fisioterapéutica para la lucha contra el VIH logrando unos buenos resultados. Fue invitado a los IV y V congresos mundiales que sobre VIH se celebraron en Múnich en 1994 y 1996 donde presentó y publicó sus trabajos y donde pudo ver recompensada su labor investigadora al recibir una larga ovación por parte de los asistentes al congreso. Fue precisamente por este motivo por lo que fue duramente atacado y perseguido mediáticamente, lo que acabó lastrando su actividad profesional en la última parte de su vida.
Legó tanto a sus hijos como a sus principales colaboradores decenas de patentes y una vasta propiedad intelectual que actualmente gestionan sus hijos Christian, experto en sistemas electrónicos, y el empresario Marco Konjevic, quienes aseguran que Valencia puede vivir un nuevo esplendor tecnológico gracias a los trabajos de su padre.